Alrededor de la palabra Literatura hay una carga connotativa
intelectualoide que la aparta a empujones de la “gente normal”. Ahí podría estar la explicación de por qué no lee
la mayoría de la población.
Daré un pequeño rodeo para poder explicar mi teoría al
respecto.
La Historia del Arte, y también de la Literatura, ha dado en
el siglo XX un salto cualitativo que la ha apartado del común de las gentes.
Hasta entonces el arte iba directamente hacia la sensibilidad de la muchedumbre
no preparada. En el Románico, por ejemplo, se intentaba catequizar a los
ignorantes escribiéndoles la Biblia en piedra. Sus iglesias eran libros donde,
en imágenes, leían los dogmas de la fe, lo cual no iba en contra de que esas
obras fueran bellas. El Gótico dio
naturalismo a las imágenes, acercándolas a la realidad y el Renacimiento,
todavía bastante teocéntrico –a pesar de sus genes antropocéntricos– idealizó
las figuras de santos, vírgenes y cristos, humanizándolas posteriormente el
Barroco que, en lugar de hacer a los hombres santos, convirtió a los santos en
hombres, sucios y con sus defectos, haciendo explícito, por ejemplo, lo más
escabroso de la tortura y muerte de Jesucristo.
(Panteón de San Isidoro de León)
El arte Neoclásico fue un lavado de cara de los excesos
barrocos, de tipo academicista y el Romanticismo fue un neoclasicismo desbordado
de “pathos”.
Hasta aquí, todo era perfectamente seguido y entendido por
gentes no formadas, ni preparadas, que son la gran masa de la población. Pero,
¡ay!, llegaron los Impresionistas y desde ellos se abrió una fractura entre
arte y pueblo llano que no ha hecho más que crecer hasta nuestros días. Los
impresionistas acabaron con los colores de la naturaleza, dando pinceladas
sueltas de tonos fuertes que no se mezclaban en el cuadro, sino en la vista.
Los cubistas acabaron con la forma naturalista, y los abstractos con la forma
en general. Ya no tenemos color natural, ni nada que nos diga qué es lo que hay
en un cuadro. Perdón por centrarme en las artes plásticas, pero es que quiero resumir,
para llegar a donde quiero llegar.
(Duchamp)
Apareció Marcel Duchamp y descontextualizó unos objetos ya
fabricados, diciendo que el artista no es un mecánico que fabrica cosas, sino
un compositor. Más tarde el arte conceptual y las perfomances nos dijeron que para que haya una obra de arte, ni
siquiera tiene que haber algo material, ni tampoco es necesario que perdure en
el tiempo.
A grandes brochazos he intentado dar una visión de la dialéctica
que ha llevado el Arte contemporáneo, que no ha hecho otra cosa que buscar una
respuesta a la pregunta de ¿qué es el Arte? Por su misma intelectualidad, se ha
apartado del común de las gentes no “ilustradas”. Con todo esto se llegó a la
conclusión de que si lo entendían las grandes masas no era arte o no tenía calidad. Creo que
lo mismo ha pasado con la Literatura y, así, se puede hablar de una literatura
culta que, por supuesto, no debe entender el que no tenga estudios, y una
literatura popular que no tiene ni pizca de calidad y que es para consumo de
ignorantes, los cuales igual leen a Dan Brown que toman una Coca-cola: dos
cosas que no dejan ningún poso de enriquecimiento personal. Y esto es así, pero
creo que no tiene por qué serlo.
Quienes apuestan por esta separación no tienen ningún reparo
en aceptar que libros como El Quijote, El Lazarillo de Tormes o La Celestina
son obras cumbres de la Literatura española y universal. Pero, ¿por qué? Pues
porque el envejecimiento del lenguaje las ha distanciado de los lectores
populares que eran la gran mayoría en origen. Sí, estas obras y otras muchas
eran leídas –o escuchadas– por gentes ignorantes que lo único que sacaban en
claro era puro entretenimiento, lo cual no mermaba su calidad. Luego vinieron
los eruditos que las estudiaron y nos hicieron ver sus valores literarios,
culturales e históricos. Pero Cervantes quería escribir algo que entendieran
muchos, para que su libro fuera muy vendido. Si, aparte de ello, inventó la
novela moderna y nos transmitió una imagen personal de su forma de entender el
mundo, pues mejor. Pero primero es la historia narrada y luego la forma
literaria. Sin la primera, no hay más que palabras huecas, por muy bellas que
sean.
Estoy de acuerdo en que Dan Brown es pura porquería, y mucha
de la literatura popular también, pero la literatura popular no tiene por qué
ser porquería.
Aquellos narradores que se conformen con lograr bestsellers, sin importarles la calidad de sus escritos, son libres
de hacerlo, pero que sepan que la posteridad les enterrará en el olvido de lo
que no merece la pena. Aquellos otros que adopten la postura de escribir para
las minorías eruditas, están en su libertad de hacerlo, pero que sepan también
que no es necesario y que esto no les garantiza, en ningún modo, el paso a la
posteridad.
Yo entiendo que el oficio de novelista, o narrador, es en
primer lugar el de un contador de historias, que debe aprender el arte de saber
comunicar, utilizando los artificios propios de su labor, sin preocuparse más
que de ser entendido por aquellos a los que le interese llegar. Luego vendrán los teóricos, eruditos y expertos, que
sabrán colocar su obra en una escuela determinada, de acuerdo a una etapa
histórica y podrán extraer unos valores literarios derivados de su forma de
narrar… Los escritores del Romanticismo escribieron odas desaforadas porque era
lo que les pedía el cuerpo. Estoy seguro de que Espronceda no se planteó que
como el Neoclasicismo había enfriado al Renacimiento por luchar contra los
excesos del Barroco, había que darle color y sangre. Él vivió lo que le vivió empapándose de lo que le rodeaba e hizo lo que le salió de la... pluma de escribir. Los barrocos no tenían ni
idea de que su arte se iba a denominar así, tan sólo tomaron las lecciones del
Renacimiento y trataron de mejorarlas como ellos supieron. Tampoco los
renacentistas quisieron evolucionar el Gótico, sino que vieron a éste como arte
bárbaro e intentaron hacer las cosas de una forma más natural y proporcionada. Es
decir, hicieron crítica de lo que se hacía a su alrededor e intentaron hacerlo ellos mejor: ésta
es la única tarea del creador.
Creo que el oficio de narrador es llevar de una forma
honesta la tradición de entretener a las gentes de su tiempo, con historias que
animen a la lectura, en lugar de disuadir. Y el “oficio” de lector consiste en
abrir un libro y, si en pocas páginas no le encuentra atractivo, cerrarle y
abrir otro, que la vida es muy corta y no merece la pena perder el tiempo.
(Esta foto es irónica y que cada uno piense lo que quiera)
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