“César Díez Serrano es un ingeniero informático poco común”,
así se presenta este autor a los lectores en su primera novela titulada “La
edad de Acuario”. Y es poco común, no porque sea un ingeniero dedicado a la
literatura, ya que no es infrecuente que médicos, arquitectos u otros
intelectuales de la rama de “las ciencias” se dediquen a “las letras”. Las
“ciencias” son una preparación técnica para desarrollar en todas sus facetas la
complejidad del mundo actual, mientras las “letras” son propias del humanismo
del que todos participamos, los científicos y los que no lo somos.
Yo, que tengo la suerte de conocerle, sé que César es poco
común por su entusiasmo. Ha decidido dedicarse a escribir novelas de misterio y
aventuras y lo hace poniendo toda la carne en el asador. Es inquieto y se
mueve, habla con librerías, toma contacto con otros escritores, participa en
todo aquel evento que le convoca, programas de radio, congresos de escritores,
presentaciones de novelas suyas y de otros, ferias del libro… Y si hace falta
ir a Londres a presentar su saga, toma un avión, que no es para él un placer, y
se va. Lleva el nombre de Ávila por todas partes y reivindica la narrativa que
se realiza en nuestra ciudad, pequeña capital llena de escritores, poetas,
novelistas…
Es decir, creé en él y en lo que hace, y no quiere dejar
pasar ocasión de hacer que la gente se entere de que existen sus novelas. Y
tiene razones para creer en él, ya que escribe de una forma cercana y logra
transmitir emociones en una saga que va ya por su segunda entrega.
Con “La edad de Acuario”, nos presentó a unos personajes que
hablaban con su propia voz y que se dirigían en primera persona a un
interlocutor con el que compartían los sucesos cotidianos y otros hechos no tan
usuales que les acontecían. De forma fresca nos trasmitían ideas y sensaciones,
mientras ocurrían unos acontecimientos que constituían una trama de policíaca y
de intriga. Con ello conseguía que el lector formase parte de la novela, siendo
interlocutor de los personajes. Cada uno
de nosotros podíamos considerarnos el amigo confidente y ser partícipe de las
andanzas de los protagonistas en los paisajes londinenses que tan bien
demuestra conocer César. Pasamos así con ellos quehaceres cotidianos, sus pasiones, sus gozos y sus
miedos.
“El misterio de Ana Bolena” es la continuación de la novela
anterior. Nadie se puede llamar a engaño, pues así se promociona. Pero no es
necesario haber leído la primera parte para disfrutar de una trama nueva y
completa. Los enigmas de “La edad de Acuario” quedaron resueltos, pero el autor
retoma a uno de los personajes y lo devuelve a los mismos escenarios un año
después, con una componenda nueva que surge a partir de la anterior y un nuevo
misterio que llevará al lector a volver a recorrer las calles de Londres y a
visitar también las de París, dos ciudades muy distintas, pero con muchos
puntos en común. De la nueva trama nada descubriré aquí, pues invito a los
potenciales lectores a que la descubran por sí mismos. Intentaré hablar de la
novela sin desvelar su argumento.
Tras una relación conflictiva y apasionada de los dos
protagonistas de la primera parte de la saga, César opta por uno de ellos,
Marcos Guillén, que será el que regrese al periódico londinense Gloucester Post, para prestar ayuda en
la solución a los problemas que se abrieron con el comportamiento de su
anterior directora, Keira Kingston,
implicada en los sucesos de la trama de Acuario. En un arriesgado salto, César,
prescinde de la pija Carla García, la cual, a pesar de sus defectos, contaba
también con algunas simpatías, ya que sus personajes no se enmarcan en el
espectro maniqueo, sino que tienen sus luces y sus sombras. Pero sigue utilizando dos voces narrativas y para dar un contrapunto a Marcos, que continúa narrando los hechos en primera persona, se introduce otro personaje femenino, Chelsea Hart, una reportera de
televisión con un carácter difícil y que comienza chocando con la actitud
ingenua de Marcos.
En esta segunda entrega, César, hace hincapié en la
diferenciación de personalidad de los dos protagonistas que, alternando sus
voces, nos llevarán de la mano como confidentes en la resolución de unos
misteriosos crímenes que traen de cabeza a Scotland
Yard, y al Gloucester Post,
periódico que quiere limpiar la imagen que le dejó su anterior directora.
A partir de ahí, el lector se deja llevar con facilidad por
unas situaciones bien narradas y unos paisajes que traerán recuerdos a los que
los conozcan –yo he estado en París– y acercarán su comprensión a quienes no los
hayan visitado ninguna vez –nunca he estado en Londres–, haciéndolos cercanos a
unos y otros.
Los españoles nos vemos
reflejados en ese Marcos, incomprendido en el extranjero y en las
costumbres foráneas no bien entendidas por nosotros. Se nota que César ha
pasado por muchos de los contextos por los que transitan sus personajes. Me
refiero, claro está, a los sucesos más triviales, no a los policíacos que
desarrollan la trama. El libro huele a fish
and chips y a moules avec des frites. Escucharemos la lluvia de
Londres y el ambiente de los cafés parisinos. Veremos a los bobbies londinenses y a los pintores del
Sacré Coeur. Y todo ello sin ser
conscientes, hasta que no acabemos la lectura, al igual que no lo sentimos
mientras realizamos un viaje, sino más bien con el recuerdo de haberlo
realizado.
César nos plantea puro entretenimiento y así debemos abordar
su novela, sin más pretensiones, que ya son bastantes. Nos presenta a unos
personajes con los que podemos identificarnos y a otros que hemos encontrado
alguna vez en la calle.
Aconsejo que lean El misterio de Ana Bolena a aquellos que disfrutaron con la Edad de Acuario, y a los que no, que la lean también y, si les acaba gustando, después que busquen la Edad de Acuario. Se les hará corta. Recomiendo de igual forma, a aquellos que estén en Ávila, que vayan el próximo sábado, 14 de diciembre, a las ocho de la tarde al Episcopio, para escuchar a César y comprender que su obra surge de su sueño de escritor poco común... Poco común, no por ser ingeniero informático, sino por su inquietud intelectual, su ilusión creadora y su calidad humana.
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