jueves, 27 de febrero de 2014

La rubia de la moto

Me veo en la necesidad de avisar. En casi todos mis artículos anteriores he hablado en primera persona para tratar diversos temas que me preocupan. En este voy a hablar también en primera persona, pero es un relato, es ficción y cualquier parecido con la realidad no es más que pura casualidad, provocada por la evocación de los años pasados. Estos no son recuerdos personales, ni los personajes han existido, aunque son unos años y un ambiente que sí he vivido. Al contrario que en mi anterior relato de este blog, titulado “Habladurías”, en este no utilizo el diálogo directo, sino a un narrador en primera persona, que no deja de ser un personaje literario. Todo es fruto de la imaginación, tal vez calenturienta, pues me parece haber visto en sueños a la rubia de la moto.

Ahí va el relato:


Cuando conocí a Marino ya tenía la moto, era una Bultaco de 125 cc. Hacía por lo menos treinta años que no lo había vuelto a ver y la casualidad quiso que lo encontrara bajándose de otra moto. Al quitarse el casco no lo reconocí en un principio, por su calva, su barriga y su pelo blanco, aunque su nariz seguía siendo la misma.

Después de los calurosos saludos, me contó que se había divorciado hacía un par de años y, desde entonces, había vuelto a montar en moto. La que tenía ahora era una hermosa Kawasaki. Me dijo que no se sentía solo, que había recuperado la libertad, pero yo no le creí, ya que se había vuelto a comprar una moto.

Eran los años setenta del siglo pasado. Al poco de mudarse a nuestro barrio, Marino nos sorprendió llevando a la grupa de su Bultaco a una rubia impresionante que vestía una falda mínima. Fuimos incapaces de disimular y levantar la vista hacia sus bellos ojos, que más tarde supe que eran verdes.

Se llamaba Sacramento y era peluquera. Y le encantaban las motos. Cuando Marino salía por la tarde del almacén de frutas en el polígono industrial donde trabajaba, recogía a Sacra de la peluquería y venían ambos en la moto al bar de Toni a fumar unos ducados y tomar unas mahous. Yo no faltaba una sola tarde, para no perderme las piernas de Sacra.

Las piernas de Sacra me tenían obsesionado, se ensanchaban prodigiosamente por encima de las rodillas y tras mucho recorrido al aire desaparecían bajo la pequeña falda, imprimiendo en mi mente una fotografía imborrable durante horas.

Pero a Sacra la despidieron de la peluquería y cambió la rutina… Mejoró.

Cada tarde, Sacra se pasaba por la puerta de Marino y tomaba su moto, para irlo a buscar al polígono. Luego bajaban los dos al bar de Toni. Pero, ya lo he dicho, a Sacra le gustaban las motos y antes de irse a por Marino, daba unas cuantas vueltas a la manzana para disfrutar del aire removiendo su rubia melena. Entonces no se usaba tanto el casco como ahora. Al pasar, en cada vuelta, me saludaba con la mano, sonriendo, con la melena al viento y con las piernas separadas que le achicaban aún más la falda.

Yo fui el primero en disfrutar del espectáculo, pero pronto Toni, Joaquín, Perico y Jose me hicieron compañía, en cuanto se dieron cuenta de lo que ocurría a diario. Aplaudíamos a Sacra en cada vuelta y ella nos saludaba. Esa maravilla duró varias semanas, pero alguien debió decírselo a Marino. Yo creo que fue su madre, que un día pasó por donde estábamos aplaudiendo, y le noté en el gesto que se había mosqueado.

Marino vendió la moto y se compró un 127 y mis sueños se rompieron de golpe.

Luego Marino se fue a hacer la mili a Burgos y allí preñó a una muchacha, se casó y no volvió. No sé qué pasaría con Sacra, pues desde que Marino compró el 127 no volvimos a verla.

Esta mañana, cuando nos hemos reencontrado, Marino me contó que tiene dos hijos mayores, ya independizados, y que se divorció de la burgalesa. Él dice que vive feliz, que no se siente solo, que ha recuperado la libertad, pero yo no le creo, ya que se ha vuelto a comprar una moto.


Luego, cuando se fue Marino, dejando la moto sola en la acera, me quedé mirándola durante unos segundos, cerré los ojos y vi a Sacra en la Kawasaki. Supongo que era Sacra, pues ya no recuerdo su cara, pero sin lugar a dudas eran sus piernas.

2 comentarios:

  1. Estupendo: a no ser que suene el teléfono o me amargue alguna noticia del periódico que pienso leer ahora, me durará, por lo menos media hora, la sonrisa que has levantado en mi cara.

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    1. Viniendo de quien viene ese elogio, me ha emocionado. Gracias.

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