lunes, 19 de mayo de 2014

Tríptico negro (relato monocromo)


1) El homicida

YO no me considero alguien violento y, sin embargo, acabo de matar a dos personas. Sé que debo sufrir lo que la ley me imponga, pero más sufrimiento llevaré al cargar con la culpa y la responsabilidad de segar dos vidas, jóvenes aún.
Yo jamás le había puesto la mano encima a mi mujer, nunca le había pegado, ni siquiera la había maltratado de palabra. Nos amábamos. O eso creí yo.
Me amargan las lágrimas de lo que llevo llorado y me aterra lo que aún me queda por llorar… Si pudiera volver todo para atrás y rectificar lo que sucedió… Sin duda todo sería diferente, sufriría la infidelidad y la ruptura de mi matrimonio, mejor que sufrir estas muertes.
Lo siento, lo siento, lo siento mucho. Pido perdón a mis suegros y a mis hijos, pido perdón a los familiares de Sergio, pido perdón a todo el mundo. He matado… Pero, sobre todo, he desgraciado mi vida.
Que nadie diga “yo eso jamás lo haría”, porque eso me decía yo. Siempre fui pacífico y pacifista y me juré que jamás haría daño a nadie… Y lo he hecho.
El azar, la oportunidad, nos convierte en asesinos a cualquiera de nosotros, basta con llevar por casualidad un arma en la mano, tener una afrenta delante y unos segundos de locura, para desgraciar tres vidas, las de los muertos y la del matador.
Si no se hubiera dado la casualidad de que llevaba un cuchillo en la mano… En mala hora me pidió Laura que lo llevara a afilar a la cuchillería de la esquina. En mala hora pensó Laura que lo haría al salir del trabajo, en mala hora invitó a Sergio a casa y en mala hora no le dije yo a Laura que esa tarde no tenía trabajo, porque el jefe debía acudir al velatorio de un familiar. En malísima hora fui eficiente, bajando a afilar el cuchillo carnicero que nos debía servir para trinchar el pavo de la fiesta del fin de semana y no le dije a Laura que regresaba en unos minutos.
Le juro que yo no sabía nada. Desconocía que mi mujer me ponía los cuernos con mi mejor amigo. Fue una sorpresa inesperada el pillarlos traicionándome. Todo se me vino abajo, mi mundo se había roto de repente y lo que ocurrió a continuación, casi no sé explicarlo pues se debió a un momento de locura.
Lo siento, señor comisario. Abrí la puerta y los encontré desnudos en mi dormitorio. Mi primera reacción fue marcharme, pero ella me insultó. Me llamó cornudo y me dijo que ya que lo había descubierto que me marchara y los dejara ser felices. Traidora, la llamé yo y fue cuando Sergio, obscenamente desnudo, saltó de mi cama y me empujó fuera de mi dormitorio… No sé cómo ocurrió, llevaba el cuchillo en la mano derecha envuelto en un papel de periódico y le asesté… no sé cuantas puñaladas a Sergio… Laura se abalanzó sobre mí y al pronto la vi en el suelo llena de sangre… Pensé que la sangre no era suya, que era de Sergio…
No sé cómo ocurrió, usted me pide que deje escrita mi versión, y eso he hecho. La locura me cegó. Me niego a creer que yo fuera el causante de aquel horror… Lo siento… Lo siento… Lo siento…

2) El amigo

siempre has sido un hombre prudente. Nadie diría que serías capaz de hacer lo algo tan terrible, aunque recuerdo una ocasión en que me dijiste:
–Como los vuelva a ver juntos los mato, te juro que los mato –lo dijiste con los ojos inyectados de rabia y, a pesar de todo, no te creí, no quise creerte. No pensé que fueras capaz de hacerlo. Llevabas mucho tiempo sospechando de tu amigo Sergio. Detalles. Cuando le hablabas de Laura, tu mujer, le veías reaccionar de forma incómoda, así que directamente fuiste y le dijiste a ella:
–Acabo de ver a tu amigo… –dejaste en suspenso la última palabra, acentuando su pronunciación– Sergio –concluiste con la misma entonación.
–¿Qué amigo mío? Sergio es tu mejor amigo desde que eráis niños, ¿por qué me dices eso? –señaló ella.
–¿Mi mejor amigo? –contestaste con sorna y muy mala sangre–. Si fuera mi mejor amigo, no se vería a solas contigo… –Tuviste un arrebato de cólera que casi te lleva a la violencia. Violencia que habías utilizado en otras ocasiones por motivos menos importantes. No sería la primera vez que le hubieras puesto morado un ojo a Laura.
–No, por favor, no empieces –lloró ella–. Te juro que entre Sergio y yo no hay nada. Tan sólo lo he visto una vez sin que tú estuvieras delante. Me lo encontré en la calle y me invitó a un café. Estuvo correcto. Te lo juro. No, no me pegues… –volvió a llorar, como una zorra.
“Puta”. Pensaste, pero te contuviste. No tenías pruebas. Pero ibas a conseguirlas y para ello necesitabas calmarte. Te alegraste de que tu primera reacción fuera contenida y lograras controlar tu carácter tan… Violento. Pero, ¿qué tiene un hombre si le falta el carácter? ¿Acaso la hombría no es el mejor atractivo para las mujeres?
Trazaste un plan. Los descubrirías y, cuando estuvieras seguro, la enviarías a ella a vivir con su madre. No volverías a verla… Se irían ella y también sus dos asquerosos hijos, que a saber si eran tuyos o del imbécil de Sergio.
Y lo lograste. La paciencia te convirtió en un triunfador, controlando tu carácter. La hacías creer que ibas a trabajar, sin saber ella que tu jefe cerraba el taller por las tardes, debido a la poca faena que teníais. Y vigilabas el portal, comprobando cómo Sergio llegaba todas las tardes a tu casa, subía, y pasaba dos horas con Laura… ¿Qué hacían en ese tiempo? ¿Qué iban a estar haciendo cuando ella te negaba que lo estuviera viendo a escondidas?
Mala suerte fue que ella te enviara a afilar el cuchillo y peor suerte tuviste cuando, olvidando la visita rutinaria de Sergio, entraste en tu casa con el maldito arma de la mano… A pesar de todo, nada hubiera sucedido si ellos no se ponen tan agresivos… Si no te hubieran insultado tanto… Si no te hubieran sacado de quicio… Si no tuvieras, por azar, el cuchillo envuelto en un periódico.
¿Eres culpable? Sinceramente creo que no, que fueron las circunstancias y la mala suerte.

3) El policía

ÉL no era trigo limpio –le dijo el inspector García al comisario.
–¿Por qué lo dices? ­–respondió este con impaciencia.
Aparte del comisario, sólo el inspector García estaba en el despacho del primero. El comisario le hizo un gesto con la mano y García se sentó enfrente. El despacho no era muy grande y dos de sus paredes estaban acristaladas, ofreciendo cierta intimidad para las conversaciones, aunque del otro lado se veía una sala grande llena de mesas y de gente trabajando.
–Tenemos ya el resultado de nuestra investigación y se confirma la primera hipótesis –dijo García.
–Explícate.
–El cuchillo era nuevo. Yo mismo hablé con el dependiente de la cuchillería que se lo vendió. Y no, no era la cuchillería de la esquina, donde se supone había ido a afilar uno de su propiedad, sino una que está a dos paradas de autobús.
–Más datos García –el comisario se impacientaba, su gesto era intransigente, como si le molestara que su hombre se extendiera en explicaciones vagas.
–Hablé con todos los vecinos y con la gente del barrio –García comenzó a sudar–. Encontré a un vecino que vio al homicida tomar la línea "3", que tiene una parada en la misma puerta del domicilio del matrimonio. Tomé ese autobús y logré que el conductor reconociera la foto del acusado, lo notó nervioso y me dijo en qué parada bajó. Me bajé en esa parada y, paseando por las cercanías, vi una cuchillería y se me iluminó la mente, ocurriéndoseme una posibilidad. Pregunté, mostrando la foto, y el dependiente recordó perfectamente la cara del acusado… ¿Me comprende…?
–¿Qué comprendo, García? Deje la retórica y hable claro.
–Su cara no es muy corriente. El dependiente, le decía, me aseguró que el tipo mal encarado compró un cuchillo nuevo, carnicero y de grandes dimensiones. Pagó y se marchó. El comerciante quedó un poco impresionado porque su comportamiento no era normal, estaba nervioso y rabioso, son palabras textuales, por eso se fijó en él. Todo ocurrió como media hora antes del doble asesinato.
–¿Está dispuesto a declarar ese dependiente?
–Letra por letra lo que le acabo de detallar.
–Pues le pasamos las actuaciones al juez y listo. Por mi parte está todo muy claro. Con tantas mentiras no hay más vueltas que darle.
–Hay más. Contamos también con la declaración de un amigo del homicida, que nos ha contado que éste sí sabía de la relación extramatrimonial de los asesinados, desde hace más de un año. Y que todo lo calló porque quería pillarlos in fraganti. No hay duda, todo estaba premeditado desde hace tiempo. Llevaba unos días haciendo creer a su mujer que trabajaba por las tardes, cuando he comprobado que el taller estaba cerrado desde un mes antes de los homicidios.
–¿Algo más?
–Sí. Sabemos por otro testigo, confidente nuestro, que el homicida estuvo preguntando por los bajos fondos la forma de comprar un revólver.
–Ya. No me cuentes más, García. Debía hacerlo pasar todo por un arrebato de celos repentino y a última hora se decidió por el cuchillo, que es más justificable que una pistola para que no pareciera premeditado.
–Así es, comisario. Y otra cosa, la vecina, la que oyó los gritos, ha declarado que sólo se le oía a él, al marido, que no dejaba de gritar “puta” y “os voy a matar a los dos”. Por mi parte podemos dar por cerradas las pesquisas. No ha sido homicidio, clarísimamente es un doble asesinato, planificado y ejecutado fríamente.
–Enhorabuena, García. Prepara un informe detallado, añadiendo las declaraciones por escrito de los testigos.
García sonrió, pues el rostro del comisario se había relajado.

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