martes, 28 de julio de 2015

Narrativa Gráfica IV

Hablemos de cine, literatura y tebeos


Cuanto hablamos de cómics, tebeos o más precisamente de Narrativa Gráfica, hablamos de un lenguaje icónico que se conforma con yuxtaposiciones de imágenes. Pero, ¿es un lenguaje genuino o acaso es  una infantilización de la Literatura, una simplificación del Cine o una “rareza” de la Pintura? Para responder a esto voy a realizar a continuación un pequeño análisis comparativo de la esencia de estos distintos lenguajes que, espero, resulte esclarecedor.


Comenzaré por el cine. El término Cine, con el que se conoce al Séptimo Arte, viene a significar literalmente movimiento, pero esta palabra expresa irónicamente una cualidad que no tiene, ya que el movimiento en el cine no es más que una ilusión. La imagen de la pantalla que observamos los espectadores es completamente estática, con la peculiaridad de su escasísima duración temporal, seguida de otra serie de imágenes que se suceden a velocidad vertiginosa con secuencias estáticas coherentes. Esto engaña a nuestra vista, que no a nuestro cerebro, y nos recrea la misma sensación que si estuviéramos viendo ese movimiento. Aunque, si somos más estrictos y analizamos cómo funciona la vista humana, nos encontraremos de nuevo con otro gran engaño: el ojo tampoco percibe el movimiento, se trata de la misma ilusión. El ojo humano es una máquina biológica que percibe imágenes fijas, a razón de unas 30 cada segundo, es decir, envía al cerebro imágenes sucesivas, pero fijas, de lo que va fotografiando en rápidas batidas la retina.


Por tanto, el cine nos presenta imágenes fijas sucesivas, esta vez 24 por segundo, que son suficientes para darnos la sensación de que vemos el movimiento real. Pero es imprescindible que las figuraciones fotografiadas tengan coherencia. Es decir, si una de las imágenes que es captada por el ojo, no sigue la serie, es un fotograma que se ha colado, el cerebro la eliminará a pesar de haberla “recibido”.

El Cine consiste en una sucesión de imágenes fijas y, en esencia, es lo mismo que la Narrativa Gráfica. La diferencia estriba en que en el primero hay una intencionalidad premeditada de engañar al ojo humano haciéndole creer que las imágenes se mueven, al contrario que en la segunda.

Pero la diferencia más grande de la Narrativa Gráfica con el Cine no es el movimiento, simple ilusión, sino el sonido. El Cine, que puede prescindir completamente del sonido, tiene un rico aderezo que le ayuda a agarrar de la mano al espectador y meterlo dentro del argumento que se le expone, intentando incluso vaciar su pensamiento crítico para que se deje llevar por las sensaciones y “viva” la historia. El espectador, por su parte, puede digerir con posterioridad la precipitación de escenas que le ha hecho vivir la película y reelaborarla en su mente una vez concluida.

En la Narrativa Gráfica no existe el sonido, como tampoco existe en la Literatura, y para recrear una historia del mundo real debe proceder a utilizar algún aditamento que dé la información que un dibujo por sí mismo no puede dar. Para eso están las onomatopeyas, los bocadillos, la voz en off y la representación de objetos cotidianos que apelen a la experiencia vital del lector y le hagan evocar, escuchar o saborear lo que se le ofrece al sentido de la vista. Por ejemplo, unas burbujitas en una olla que está puesta al fuego harán que el lector escuche el borboteo e incluso huela el guiso. La Narrativa Gráfica pide en primer lugar la colaboración consciente del lector, pues le solicita que acepte como sonido la expresión convencional de su traducción a letras y signos convencionales, es decir, percibir las sensaciones de un sentido (oído, gusto, tacto, olfato) a través de otro (la vista en el caso de los lectores de narraciones gráficas), lo cual se denomina sinestesia.


Aparentemente el Arte más cercano a la Narrativa Gráfica es la Literatura: los dos se encuadernan en forma de libros, los dos tienen el ritmo de lectura que les dé el lector, los dos participan únicamente del sentido de la vista. Es tanta la conexión que incluso algunos despectivamente ven en los tebeos una forma infantilizada de literatura. Pues no. Son lenguajes totalmente diferentes. La lectura de palabras es una abstracción de símbolos gráficos convencionales que han de ser aprendidos, mientras que la lectura de imágenes  es intuitiva, pues invoca a iconos que ya conoce el lector por su propia experiencia. La comprensión lectora de ambas afecta a diferentes zonas del cerebro, que pueden estar desarrolladas en proporciones dispares, según se hayan cultivado. Incluso una narración gráfica es más complicada que una literaria porque está apelando simultáneamente a comprensiones distantes, por un lado icónicas y por otro simbólico gráficas, al integrar el dibujo junto a la palabra, y la tarea de aunar ambas es más compleja.


La Literatura, con descripciones y conversaciones, evoca paisajes y situaciones que dejan libertad al lector de elaborarse una imagen personal de lo que ocurre. A su vez puede tener disquisiciones filosóficas, evocaciones poéticas, etc., que potencian el deleite intelectual. Por el contrario, la Narrativa Gráfica aporta ya las imágenes elaboradas y facilita mucha información de lo que ocurre alrededor de los personajes, sin necesidad de ninguna descripción. Y puede utilizar estos elementos gráficos también para hacer poesía, para crear desasosiegos, angustias o distensiones placenteras. Permite que seamos nosotros, conscientemente y sin engañarnos, los que demos vida a las escenas. Y nos sugiere el sonido, el ambiente, etc., con grafismos, mientras que la Literatura nos tiene que contar, por ejemplo, que de fondo está sonando una música y describirnos si esta es agradable o estridente.

La Pintura, por su parte, es un arte que se relaciona con la Narrativa Gráfica tan sólo tangencialmente. Ambas utilizan la plástica en dos dimensiones, pero mientas una se vale por sí misma en una sola imagen, la otra necesita una sucesión de secuencias para ser lo que es. Una narración gráfica sería una sucesión de cuadros pictóricos con una coherencia interna que pretende narrar una historia, por lo cual necesita, evidentemente, de una expresión figurativa realista de la que puede prescindir la Pintura. Esa figuración puede variar desde el extremo realismo a lo más esquemático, en una gradación que se constituye en uno de los elementos a manejar por el autor en sus pretensiones plásticas, y que varía desde el dibujo más realista o naturalista hasta el más esquemático o abstracto, siempre que sea reconocible por el lector, para que pueda entender lo que ocurre en la historia.


Una narración gráfica consistiría en una serie de “pinturas” que, aisladas, nos dan la misma información intelectual y estética que ese arte plástico, pero que juntas producen magia. Esta magia consiste en hacernos creer que entre secuencia y secuencia ha habido algún tipo de movimiento, tanto espacial de los personajes, como temporal. Lo que se elide entre viñetas es tan importante como lo que se dibuja en cada una y el autor tiene que medir tanto uno como otro, para que el resultado sea comprensible y, es más, para que una vez logrado un ritmo de lectura el espectador tenga la sensación de que lo que se le cuenta está ocurriendo. Lo dicho: auténtica magia, pero sin engaño, pidiendo al lector que colabore, acepte la propuesta y participe activamente construyendo la historia con los elementos que se le facilitan y con los espacios, temporales o físicos, que se le suprimen.

William Hogarth (1.697-1.764) realizó su serie El matrimonio a la moda, que consta de seis secuencias pintadas al óleo sobre lienzo, y relata la historia de un enlace matrimonial tradicional, donde los cónyuges se han visto obligados a seguir la decisión familiar de un matrimonio por conveniencia, derivando la historia en tragedia con la muerte de ambos. 

La Narrativa Gráfica es, por tanto, el maridaje entre el Cine y la Pintura, participando de algunas de las cualidades de ambos, pero generando un lenguaje diferente, que en sí es equiparable a la Literatura.

La recomendación: Gon, de Masashi Tanaka.


Hoy comentaré la aportación de Tanaka con su genial narración gráfica sin palabras. Partiendo de los estudios científicos que dicen que el cerebro humano es limitado y que las funciones de lectura simbólica de palabras y de lectura de imágenes icónicas se realizan en hemisferios cerebrales diferentes, Tanaka entendió que la comprensión de narraciones gráficas presentaba una dificultad añadida y que, únicamente si el cerebro trabaja con imágenes o por el contrario con palabras, la lectura se hace más fluida y placentera, logrando mejor que el lector se deje llevar por la historia. Con estas premisas planeó una historia muda, sin una sola palabra, que ha atrapado a millones de lectores en el mundo y que goza de otra ventaja añadida, como es no tener que traducir los textos. Gon cuenta, con mucho sentido del humor, las aventuras de un cachorro de dinosaurio, de gran fortaleza física y un temperamento muy cabezota, que recorre paisajes de la época actual, interactuando con animales modernos; dibujado todo a pluma con un preciosismo gráfico que maravilla por su perfección y belleza.


martes, 14 de julio de 2015

Tocada y ¿hundida? la lengua de Cervantes

Generalizando, el idioma castellano es simple y hermoso. Su escritura es casi transparente, siendo fonética, salvo excepciones. El caso es que esas excepciones lo complican un poco, yo creo que innecesariamente.

Lo complica el que el mismo sonido pueda escribirse con la letra ge y con la jota, o con la uve y la be, la ka y la ce, la ce y la zeta, o el que la letra hache no se pronuncie, y también las ilógicas reglas de acentuación, que obligan a colocar tildes gráficas en las palabras agudas y que terminen en vocal, ene o ese y en las llanas cuando no terminen así. ¿Todo esto por qué? Si estiman mi opinión les diré que yo pasaría de ello y escribiría cada sonido con una sola grafía y las tildes las colocaría siempre y únicamente en todas las palabras que no sean llanas. Con ello simplificaríamos la escritura y evitaríamos, entre otras cosas, el Reino de los Horrores a que nos tienen sometidos las redes sociales, donde cada cual escribe lo que le sale del/de los c… (completar los puntos dependiendo de que el/la lector/a sea hombre o mujer).


Pero es que yo no soy quién, no pertenezco a la Real Academia de la Lengua, y no puedo proponer los cambios necesarios y… ¿lógicos?

Al respecto, haré una pausa, pues no me resisto a no contar una sabrosa anécdota que me hizo sonreír hace muy poco, aunque no sé si es real o fabricada. He visto en esas “malditas y entretenidas” redes sociales cómo un usuario le reprochaba al académico Pérez-Reverte que escribiera “grafiti” cuando lo correcto es “graffiti”, a lo que respondía el siempre airado escritor, que lo correcto es “grafiti”, ya que él mismo lo introdujo en la última versión del diccionario de la R.A.E. (“zas, en toda la boca”).

Foto de su Twitter

Retomemos. Si la complicación ortográfica tradicional no fuera suficiente, ahora hay que sumarle la catastrófica invasión del idioma inglés sobre el nuestro, de la cual no nos estamos defendiendo. Con ella la lengua castellana ha quedado muy tocada, y está a punto de hundirse y desaparecer para siempre. No soy pesimista, tan solo realista y basta con ver la dirección que está tomando el asunto.

El ejemplo lo tenemos en el Spanglish de los EE.UU. Las primeras generaciones de los inmigrantes latinos mantuvieron su lengua, pero poco a poco fueron incorporando palabras innecesarias, ¿me comprendes brother?, creando una lengua híbrida, a la que no le espera sino desaparecer en generaciones siguientes, ya que es irracional e innecesaria. Es decir, primero se olvidarán del Castellano y luego del Spanglish.

Pues, sin darnos cuenta, eso mismo nos está ocurriendo a nosotros y esta aberración cuenta hasta con el apoyo institucional, ya que a nuestros próceres se les ha ocurrido la idea de que todos debemos ser bilingües en Inglés y paleto el que no lo sea. Ya saben, por eso de la movilidad de la mano de obra, que deberá desplazarse allá donde el capitalismo lo exija, o porque han decidido que todos acabemos siendo camareros y nuestros clientes vendrán del norte. El Spanglish español (valga la rebuznancia) conlleva no solo que incorporemos palabras de las que carecíamos, como pendráiv, sino aquellas otras que no nos hacen falta, por tenerlas castizas -como llamar jol al zaguán-. Y lo peor no es esta incorporación masiva e irreflexiva, sino que además hay que saber cómo se escriben en origen, lo cual ha añadido otra complicación a la escritura de nuestra lengua.

Pongamos ejemplos: La hache ha dejado de ser siempre muda, ahora unas veces lo es y otras no, como ocurre con nuestros hermanos del Sahara (seguramente usted habrá leído “ermanos del sájara”). Obsérvese que en este ejemplo incluso hacemos esdrújula una palabra llana sin tildarla. Nuestros hijos y nietos tendrán que aprender que unas veces se escribe rana y se lee rana y otras running y se lee ranin. ¿Y qué me dicen si pronunciamos léguins pero escribimos (in)correctamente leggins, o sea leg-jins). ¿Qué problemas tenían las mallas?

No es necesario extenderse en ejemplos: Smartphone, share, Google, prime time, cupcakes...

Solución (clara y diáfana): No aceptemos más barbarismos de los que necesitemos, y los que adoptemos sometámoslos a las reglas de nuestra ortografía (ahí tenemos por ejemplo el güisqui). O sea, que hablemos en castellano o en inglés, según con quién lo hagamos, y enterremos el maldito híbrido. Otra anécdota breve que viene a propósito. Se cuenta de un filósofo español, o científico, que no recuerdo de quién se trataba, y tampoco puedo garantizar que no sea inventado, que en una conferencia pronunció una palabra inglesa castellanizada, a lo cual un oyente se atrevió a corregirle su pronunciación. Pues nuestro héroe acabó de dar la conferencia en un perfecto Inglés (otro “zas, en toda la boca” apoteósico).


En fin que tenemos el idioma tocado, no me cabe la mejor duda, y acabaremos de hundirlo como no seamos conscientes del daño que le estamos ocasionando y hagamos algo al respecto. La clave está en la autoestima y en defender algo que merece la pena.

Ahora daré un argumento incontestable para luchar contra esta perversión: Si no hacemos algo, las generaciones que nos sigan dejarán de entender cosas como éstas:

“Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,

la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora”.

Fragmento del Cántico de San Juan de la Cruz