martes, 28 de febrero de 2017

Más allá del Darién

El pasado 17 de febrero tuve las satisfacción de participar en la presentación de la novela de Humberto Mendoza “Más allá del Darién”. Este simple hecho, además de mi amistad con el autor, serían motivos para no hacer una reseña de su novela y así no pecar de parcialidad; pero me atrevo a realizarla ya que, como dije allí, la novela me ha gustado sinceramente y para mí es un placer hablar de ella.


Humberto Mendoza Ruiz de Zuazu es un médico de origen nicaragüense que reside en Ávila desde hace unos cuantos años, ciudad con la que no tenía ninguna vinculación anterior. El hecho de encontrarse con un busto de su paisano Rubén Darío en el Jardín del Rastro, le hizo tenerle simpatía a su ciudad de acogida. Esta simpatía se intensificó con otro encuentro en el Jardín del Recreo, esta vez con un ídolo prehispánico, el cual fue regalado por el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica a la ciudad de origen del descubridor europeo del país centroamericano: Gil González Dávila, un abulense, militar y explorador, que se empeñó en localizar un canal que uniera el Mar del Norte (Caribe) con el Mar del Sur (Pacífico). Este encuentro y la comprobación del poco conocimiento que se tenía en Ávila de Gil, le llevaron a Humberto a investigar sobre su historia y el resultado es la novela que lleva el título de “Más allá del Darién. En busca del estrecho”.

Humberto Mendoza no escapa a su formación científica y el acercamiento que hace al tema es a través de la ciencia, la ciencia histórica. Recopila datos, realiza esquemas cronológicos, estudia genealogías, investiga en archivos, se pone en contacto con historiadores; pregunta y reconstruye, escribe y reescribe. Su objetivo es el conocimiento exhaustivo de la historia que persigue.

La novela comienza con un encuentro, que cronológicamente está en la mitad de la historia que se narra. El encuentro entre Gil González Dávila y el cacique Nicarao. Es un hecho histórico que el 5 de abril de 1523, en las costas del gran Lago Cocibolca, tuvo lugar la entrevista entre el explorador abulense y el cacique más respetado y con mayor poder de la zona. Se sabe qué es lo que preguntó Nicarao a Gil, pues lo cuentan las crónicas de la época y el autor lo reseña de una forma fidedigna y literal, debido a su afán de no falsear los datos ciertos que se conocen. Y de este episodio se tiene constancia porque el contador real Andrés de Cereceda estuvo presente y reseñó estas preguntas que luego recogieron las crónicas. Ciertamente Gil se sorprendió de la altura filosófica de algunas de las cuestiones, que versaban tanto sobre religión, como sobre filosofía o astrología. A modo de ejemplo referiré una: “Quiero saber sobre el soplar de los vientos, la causa del calor y del frío, y la variedad de los días y las noches y, si se puede sin culpa, comer, beber, engendrar, cantar, danzar, ejercitarse en las armas”.

A partir de este encuentro, que es minuciosamente relatado, no solo en cuanto a la entrevista, sino también por la descripción de los ejércitos y los pueblos implicados, se genera en el lector un interés por saber quiénes eran unos y otros. Cómo era el país centroamericano y cómo eran los conquistadores venidos de allende los mares. De estos hilos tirará el autor para describirnos ambas culturas, para ponernos en antecedentes de la vida personal de Nicarao y de Gil y para llegar al inicio de la expedición, que concluye con el famoso encuentro. Pero ahí no acaba la historia y desde ahí continuará Humberto contándonos qué es lo que pasó después. Qué ocurrió con la expedición de Gil y las luchas con los distintos pueblos centroamericanos y entre los mismos conquistadores, que no fueron menos cruentas que las otras.

Nos hablará de las dos posiciones que tomarán los caciques frente a los extraños visitantes, resumidas en el intento de pactar, que representa Nicarao, y el enfrentamiento más frontal que encarnará otro cacique, Diriangén. Nos narrará los derroteros de la guerra hasta la vuelta última de Gil a su patria. Nada más quiero contar del argumento, para invitar a conocerlo directamente a través de la lectura de la novela.

Pero sí que quiero reivindicar la figura de Gil, por su carácter conciliador y nada sangriento, en oposición al tirano monstruoso que fue su oponente, Pedrarias. También son reseñadas otras figuras históricas como Núñez de Balboa, Pizarro, Francisco Hernández de Córdoba, el capitán de Cortés Cristóbal de Olid o el mismísimo Hernán Cortés. Humberto nos da cumplida información de lo ocurrido, rellenando las lagunas –licencia literaria– con la imaginación. Narrando, por ejemplo, la infancia de los protagonistas o las conversaciones entre el joven Gil y el obispo Fonseca, por las calles de Ávila, hablando de su historia y sus leyendas. Pero no nos miente, ya que nos indica en los apéndices finales qué es lo que ha reconstruido y qué es lo que ha recogido fielmente de las fuentes.

Todo ello es una invitación a conocer más, a acercarse a la apasionante historia del encuentro de dos continentes, de dos civilizaciones, que provocaron un parto doloroso de naciones nuevas, las cuales se enriquecieron con lo mejor de ambas culturas y mezclaron sus sangres para crear genealogías mestizas, de las que debemos sentirnos orgullosos. Sobre todo si lo comparamos con lo ocurrido en tierras más al norte del mar Caribe.

Finalizo con las mismas palabras que dije en la presentación, de la que no me resisto a apuntar que fue un auténtico éxito de convocatoria, haciendo un símil entre el encuentro entre Gil y Nicarao y el encuentro entre Humberto y el ídolo precolombino del Jardín del Recreo, para concluir agradeciendo a Humberto el habernos regalado esta historia.

lunes, 13 de febrero de 2017

Nacer y morir

Solo hay nacer y morir, lo demás es cosa vana. Cuando llegó esta frase a mí, ya tenía medio escrita mi novela, que toma el título de ella. Se la oí en una conferencia al historiador Serafín de Tapia, que la había rescatado de unos documentos en boca de una judíoconversa del siglo XVI. La resignación que evidencia, procede de una mujer a la que le habían prohibido seguir con sus creencias, si no quería dejar su ciudad, a sus vecinos, su país y su proyecto de vida. Me pareció que la frase resumía perfectamente el espíritu de la novela y, en cuanto tomé la decisión de titularla “Lo demás es cosa vana”, no volví a dudar sobre el título, era ese con toda claridad.

Desde entonces he reflexionado mucho sobre su significado. Sólo hay dos certezas en la vida, que se nace y que se muere, al resto no debemos darle más importancia, pues no la tiene. Cuando me he enfrentado a algún reto vital significativo, me he preguntado ¿qué importancia tiene si voy a morir un día? Y me ha servido.

Pero, ¿cuándo nacemos? Nadie es consciente de ese momento. Yo tengo apenas dos recuerdos anteriores a los cinco años, dos imágenes, y son tan borrosas que incluso dudo de si no me las he inventado oyendo contar anécdotas a mis mayores. Dos, nada más. Ni siquiera me reconozco en las fotos de entonces. Después de eso, el primer recuerdo claro que tengo en mi vida es ser consciente de que estaba viviendo y me ocurrió ya con los cinco años cumplidos. Me miré la mano derecha, pequeña, regordeta de niño, bien formada y me di cuenta de que era mía y de que yo existía. Pensé que la mano era una herramienta con la que podía hacer cosas, que tenía toda una vida para desarrollar actividades con ella. Tengo la imagen tan clara, que ha sido recurrente a lo largo del tiempo y alguna vez he vuelto a mirar mi mano, para preguntarme si estaba cumpliendo mis expectativas.

Confieso que he sido creyente. Creyente sincero y convencido. Pero hace muchos años ya que decidí que no seguiría creyendo. Y fue eso, una decisión. La fe no es más que un acto de la voluntad. Se cree o no se cree porque se quiere. No hay más. Yo me di cuenta de que todas las religiones niegan a las demás y eso me presentaba un dilema moral, al pensar en esas pobres gentes que no creían lo mismo que yo, hasta que me di cuenta de que tal vez la pobre gente podría ser  yo, si ellos tenían razón. Pensé también que si Dios existía era muy cruel, porque no nos ponía las cosas claras. Si Jesucristo nació y fue humano, ¿por qué no dejó por escrito sus leyes? Era culto, sabía escribir, ¿por qué no nos dejó su firma? ¿Nos quería en un mar de dudas o no quería que creyéramos en una religión? ¿Por qué todas las religiones han nacido a través de intermediarios humanos? En cuanto la duda se asomó y profundicé en la ciencia histórica, me di cuenta de cómo las religiones manipulan a las personas.

Igual que no puedo dar testimonio de la existencia de Dios, tampoco puedo dar fe de su inexistencia. Me falta arrogancia para eso y tan solo me queda la esperanza, que no la fe.

Respeto totalmente a los que creen, pero no respeto a los que quieren imponer sus creencias, en el sentido que sea. Y exijo el respeto ante mi postura de ser no creyente. Hay que relativizar las creencias, pues no tienen importancia alguna, ya que no se basan en nada sólido, sino en la voluntad arbitraria. En el auto convencimiento. Y por ello deben quedar en la vida privada, sin hacer ostentación por respeto a los demás. En el mundo globalizado en el que vivimos la convivencia solo es posible en el laicismo, con el máximo respeto a las creencias de los demás, mientras éstas no sean denigrantes o injustas.

Ante la muerte cierta, que ya me está esperando a la vuelta de la esquina al haber consumido la mayor parte de mi vida, estoy a las puertas de mi segunda gran verdad. Ya que nací, moriré y lo demás no importa.